Nos reunimos como pueblo de Dios para celebrar la Resurrección de Jesucristo, Su victoria sobre la muerte y Su paso transformador en nuestras vidas.
El Tiempo Pascual comprende cincuenta días a partir del domingo de la Resurrección hasta el domingo de Pentecostés, vividos y celebrados con gran alegría, como si fuera un solo y único día festivo, como un gran domingo. La Pascua es el centro del Año litúrgico y de toda la vida de la Iglesia. Celebrarla es celebrar la obra de la redención humana y la glorificación de Dios que Cristo realizó cuando, al morir, destruyó la muerte; y resucitando, renovó nuestra vida.
Hoy, todos los cristianos debemos comprometernos a permanecer fieles a nuestros orígenes y celebrar el significado original, bello y profundo de nuestra maravillosa fiesta, que es la celebración de la Resurrección del Señor. Que nuestras buenas obras y nuestras voces, en cada rincón de nuestras ciudades, de nuestro país, puedan llevar la alegría del Resucitado; sobre todo a los pobres, enfermos, lejanos y a todas las personas, porque todos son amados por el Padre.
Irradiemos a nuestro alrededor la esperanza y la certeza de la presencia de Cristo Resucitado. Que nuestra mirada se llene de luz, como la de las mujeres que vieron el sepulcro vacío y al Hijo de Dios resucitado (Mt 28). Que podamos también nosotros, en una sola fe, exclamar como ellas: "¡El Señor resucitó, aleluya!"
¡Alégrense, no tengan miedo, Él resucitó como lo había anunciado! (Mt 28, 6).
Celebrada la Cuaresma y la Semana Santa, tenemos la alegría de revivir la sorpresa permanente de la Resurrección de Cristo.
Ella se ha convertido en la verdad fundamental de nuestra fe, que nos abre el camino para comprender el misterio de Dios y sus designios para nuestra vida.
Por su resurrección, podemos comprender cuánto está asociado Jesucristo al Dios vivo y verdadero, de cuyo misterio participa como Hijo, y en cuyo nombre vino a testimoniar su misericordia divina.
Por la Resurrección se confirma también nuestra esperanza de ser asociados a la vida eterna, en virtud de los sacramentos que nos unen a la misma suerte de Cristo.
Esta es la fe que estamos llamados a renovar esta Pascua, y a asumir con la responsabilidad de discípulos de Jesús, enviados a anunciar a todos que el Señor ha resucitado y va delante de nosotros, abriendo a todos los caminos de la verdadera vida.
Que la Pascua refuerce este compromiso de coherente práctica de la fe, traducida en solidaridad con los más necesitados de nuestra ayuda fraterna.
Para mostrar a los discípulos que estaba realmente vivo, en sus apariciones como resucitado, Jesús compartió la comida, recreando el gesto de la última cena, que había dejado como su memoria.
En este gesto de compartir fraterno del mismo pan encontramos nuestra identidad como cristianos. En la Eucaristía, celebrada el domingo, día del Señor Resucitado, redescubrimos esta identidad, que nos lleva a acoger el amor de Dios y a vivirlo fraternalmente con todos.
Que podamos renovar las alegrías de la Pascua a lo largo de todo el año, siempre animados por la celebración dominical de la Eucaristía en nuestras comunidades, que nos fortalece en la fe en Cristo Resucitado y nos anima a compartir, como Él, nuestra vida al servicio de la fraternidad y de la paz.
Fuente: Canção Nova